En 1933, el prestigioso filósofo alemán Martin Heidegger recibió una invitación para hacerse cargo de una cátedra en la Universidad de Berlín, oferta que rechazó porque se negaba a abandonar Friburgo. Para justificar su decisión escribió el artículo “Por qué permanecemos en la provincia”. Allí explica su fuerte arraigo a la tierra, los campesinos, las estaciones, en definitiva a una forma de vida más simple y profunda, condición que considera imprescindible para la filosofía, y que a su juicio sería imposible encontrar en la metrópolis.
Un académico santiaguino citó hace algunos años este texto para ilustrar el sentimiento que lo embargaba cada vez que era invitado a dictar una clase en Bío Bío. En el mismo mail, confesaba a sus alumnos: “En la confluencia de naturalezas externas e internas, en el cruce entre geografía y ser humano, es quizás en donde podemos ver con realidad y potencia, aquello misterioso que llamamos vida.Viniendo del tráfago santiaguino, del destiempo y a-tiempo, Concepción se me presenta fértil, vivible, amable, cordial. En fin, un respiro en el torbellino”.
Resultaba grato leer su visión tan idílica del Gran Concepción, aún cuando a los penquistas la imagen de la ciudad nos resulte muy lejana a la de la campiña heideggeriana. Pese a ello, su mirada era asertiva. La naturaleza no nos ha permitido conservar tesoros arquitectónicos, pero eso nos obliga a mantener un vínculo más fuerte con esta tierra tan movediza, con el mar y sus terribles rebeliones, con nuestros ríos, lagunas y bosques. Concepción, sus contrastes, sus luces y sus carencias, son una sola cosa. Y aunque a muchas veces lo olvidemos, éste es un gran lugar para vivir, para respirar, para hacer familia.
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