26/3/16

¿Por qué nos aferramos a los clásicos de Semana Santa?

  Esta semana, TVN anunciaba con orgullo que emitiría, por trigésimocuarto año consecutivo, “Jesús de Nazareth”, la clásica miniserie de 1977 dirigida por Franco Zefirelli, y protagonizada por Robert Powell, responsable de prestar su 1.90 mts y sus intensos ojos azules a, tal vez, la imagen más difundida e icónica del mesías cristiano en la era global.
    Se trata, sin duda, de un récord casi imposible de alcanzar en la TV chilena, en particular para una mini serie de más de seis horas de duración. Sin embargo, no es un fenómeno aislado: otras cintas clásicas como “Ben Hur” (1959), “Quo Vadis” (1951), “Los diez mandamientos” (1956), “El Manto Sagrado” (1953), “Barrabás” (1951) o “Demetrio el Gladiador” (1954), se repiten en la señal abierta y en la TV por pago, como parte de un ritual canónico, o tal vez como una letanía que se traspasa incesante de generación en generación.
    Y si se repiten en el inmisericorde imperio del peoplemeter, no es ciertamente por un sacrificio a la divinidad, sino porque aún consiguen audiencias significativas y fidelizadas.
    Lo curioso es que no existe una relación de causalidad con los índices de religiosidad del país. Así, por ejemplo, los últimos censos consignan una caída en la cifra de chilenos que se declaran católicos. Por lo demás, la paulatina pérdida del sentido de “lo sacro”, en las últimas décadas, es un fenómeno que no sólo se verifica en Chile, sino en todo el mundo occidental.
    Pero no es el objeto de esta columna analizar estadísticas, ni profundizar en fenómenos como la laicización cultural o la pérdida de sentido y espiritualidad, sino en resaltar un hecho digno de análisis: la sobrevivencia de ciertas pulsiones religiosas a través de la cultura pop.
    Porque si bien es evidente que se han perdido gran parte de las tradiciones asociadas al culto católico y cristiano en Semana Santa, que durante casi todo el siglo XX  se impusieron culturalmente a la gran mayoría de la población, hoy muchos “creyentes agónicos”, "light", renuentes o descomprometidos, se sienten compelidos a ver alguna de estas viejas producciones. Y eso, más allá de sus méritos artísticos propios, pasa por una compulsión más o menos inconsciente de llenar el vacío que dejó la pérdida de la vivencia del culto canónico, para remplazarlo por un bien cultural, que de alguna forma lo conecta con tradiciones perdidas, más familiares que religiosas, pero no por ello menos espirituales.
    Por mi parte, al menos, ya tengo todo listo para disfrutar junto a mis hijos del notable Peter Ustinov en el papel de Nerón en Quo Vadis. Y no será precisamente un sermón, pero más de alguna lección moral podremos sacar de aquel viejo clásico.

                                                                                                                                            PIGMALIÓN 

Publicado en Diario Concepción el sábado 26 de marzo de 2016.