En medio de su impresionante producción de adagios del absurdo popular, algunas de sus frases se elevan como grandes verdades, de esas verdades incómodas que pocos se atreven a confesar. Y entre ellas, hay una en particular que nos revela, con epifánica claridad, la clave para entender la corriente filosófica del "carerrajismo", tan extendida hoy en día entre nuestros políticos y gobernantes:
“Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”.
Tal vez sin pretenderlo, su intervención describe, con prodigioso cinismo, ese camino zigzagueante que separa los programas y manifiestos de la “realpolitik". Si bien por regla general son muy pocos los políticos que se atreverían a encarnar la máxima de Marx (Groucho Marx) sin un mínimo de rubor en las mejillas, es muy frecuente que en la práctica deban retroceder posiciones frente a sus promesas. A veces -casi siempre- guardando conveniente silencio, y de vez en cuando, asumiendo cierto margen de “error de cálculo” o de cambios de escenario imprevisibles que desembocan en vistosas volteretas, dignas de medalla en algún evento olímpico. En definitiva, resulta claro que nuestro bigotudo comediante es uno de los padres de las ciencias políticas posmodernas, y como tal debiera ser estudiado en todas y cada una de las escuelas de gobierno. Ya es tiempo de reconocerle su influencia, pues tal vez tenga más discípulos en el siglo XXI que los que su propio tío barbudo arrastró en el XX.
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