26/3/16

¿Por qué nos aferramos a los clásicos de Semana Santa?

  Esta semana, TVN anunciaba con orgullo que emitiría, por trigésimocuarto año consecutivo, “Jesús de Nazareth”, la clásica miniserie de 1977 dirigida por Franco Zefirelli, y protagonizada por Robert Powell, responsable de prestar su 1.90 mts y sus intensos ojos azules a, tal vez, la imagen más difundida e icónica del mesías cristiano en la era global.
    Se trata, sin duda, de un récord casi imposible de alcanzar en la TV chilena, en particular para una mini serie de más de seis horas de duración. Sin embargo, no es un fenómeno aislado: otras cintas clásicas como “Ben Hur” (1959), “Quo Vadis” (1951), “Los diez mandamientos” (1956), “El Manto Sagrado” (1953), “Barrabás” (1951) o “Demetrio el Gladiador” (1954), se repiten en la señal abierta y en la TV por pago, como parte de un ritual canónico, o tal vez como una letanía que se traspasa incesante de generación en generación.
    Y si se repiten en el inmisericorde imperio del peoplemeter, no es ciertamente por un sacrificio a la divinidad, sino porque aún consiguen audiencias significativas y fidelizadas.
    Lo curioso es que no existe una relación de causalidad con los índices de religiosidad del país. Así, por ejemplo, los últimos censos consignan una caída en la cifra de chilenos que se declaran católicos. Por lo demás, la paulatina pérdida del sentido de “lo sacro”, en las últimas décadas, es un fenómeno que no sólo se verifica en Chile, sino en todo el mundo occidental.
    Pero no es el objeto de esta columna analizar estadísticas, ni profundizar en fenómenos como la laicización cultural o la pérdida de sentido y espiritualidad, sino en resaltar un hecho digno de análisis: la sobrevivencia de ciertas pulsiones religiosas a través de la cultura pop.
    Porque si bien es evidente que se han perdido gran parte de las tradiciones asociadas al culto católico y cristiano en Semana Santa, que durante casi todo el siglo XX  se impusieron culturalmente a la gran mayoría de la población, hoy muchos “creyentes agónicos”, "light", renuentes o descomprometidos, se sienten compelidos a ver alguna de estas viejas producciones. Y eso, más allá de sus méritos artísticos propios, pasa por una compulsión más o menos inconsciente de llenar el vacío que dejó la pérdida de la vivencia del culto canónico, para remplazarlo por un bien cultural, que de alguna forma lo conecta con tradiciones perdidas, más familiares que religiosas, pero no por ello menos espirituales.
    Por mi parte, al menos, ya tengo todo listo para disfrutar junto a mis hijos del notable Peter Ustinov en el papel de Nerón en Quo Vadis. Y no será precisamente un sermón, pero más de alguna lección moral podremos sacar de aquel viejo clásico.

                                                                                                                                            PIGMALIÓN 

Publicado en Diario Concepción el sábado 26 de marzo de 2016.


27/7/15

Borges atrapado en el espejo de sus palabras

El genial bibliotecario ciego se valió de las palabras para construir laberintos narrativos, para guiar y al mismo tiempo perder al lector en galerías de amenazantes espejos, de las que en ocasiones ni siquiera el propio autor puede escapar. 

Por Francisco Bañados Placencia

Cuando niño, Jorge Luis Borges tenía en su dormitorio un gran armario con un espejo, en el que se reflejaba su imagen desde la cama. Pocas cosas le resultaban más aterradoras que quedarse solo a la hora de dormir, enfrentado a su propio reflejo. Una amenaza latente que no se desvanecía del todo con la oscuridad y que continuaba acechándolo, escrutándolo en sus sueños.
“Yo, de niño, temía que el espejo me mostrara otra cara o una ciega máscara impersonal que ocultaría algo sin duda atroz (...). Yo temo ahora que el espejo encierre el verdadero rostro de mi alma, lastimada de sombras y de culpas, el que Dios ve y acaso ven los otros”, revela el propio Borges en su poema El Espejo.
A juicio de la doctora en Letras Carmen Perilli, esta obsesión personal que arrastra desde la niñez evoluciona hasta convertirse en una metáfora interior del poeta, extendiendo su significado al ser humano, su génesis y su destino. “Los espejos se asocian a la noción de multiplicación de los individuos y de los objetos. Así, si bien la duplicación implica un nacimiento de formas, también encarna la irrealidad de la repetición, que es la muerte”, explica.
¿Habrá sido frente a ese armario donde Borges comenzó a cuestionarse qué era más real, si él mismo o su propio reflejo? ¿Fue acaso ese el tiempo cuando empezó a hermanar realidad con ficción, a confundirlas y fusionarlas a través de la estética del relato? Tal vez fue esa misma proyección de repeticiones, desconfiables por naturaleza, la que lo llevó a priorizar desde su más temprana obra literaria al objeto de la acción por sobre el sujeto.
En este artículo intentaremos comprender el valor que, a través de su obra, Jorge Luis Borges le confiere a la palabra, con independencia del autor, del narrador, del sujeto que ejecuta la acción e incluso del lector. Palabra que, confrontada a sí misma y sus múltiples significados, guía y a la vez confunde en un laberinto de amenazantes espejos en el que, como veremos más adelante, no siempre es posible encontrar una salida.

Falsas igualdades
En la obra de Borges realizar este distingo puede resultar una hazaña, pues en su caso muchas veces ni siquiera es fácil distinguir el género ante el cual se está en presencia, por tratarse de un autor que conscientemente se aprovecha de las nebulosas fronteras del ensayo, el cuento e incluso el poema.
En su vasta bibliografía abundan ejemplos de poemas que esconden ensayos o de ensayos escritos bajo la apariencia de un poema. No pocas veces sus cuentos se entrelazan con consideraciones ensayísticas filosóficas; otras tantas, sus ensayos se nutren de la ficción o, al menos, de una falta de rigurosidad quizás premeditada.
Ana María Barrenechea afirma que existe en Borges “la conciencia del escritor que conoce el poder de lo literario, muchas veces más expresivo que la referencia a lo real”, así como “el gusto de mezclar el plano de la vida y de la ficción en un doble juego que vitaliza la ficción y desrealiza a los seres humanos”.
En Nueva refutación del tiempo, Borges traza un relato ensayístico con apariencia de demostración filosófica y no de ficción. Lo interesante de este ensayo es que en él entremezcla personajes y hechos literarios: Huckleberry Finn y el sueño de Chiang Tzu son presentados como reales, y puestos en el mismo plano experiencial que los lectores, hombres de carne y hueso.
En ocasiones, la mezcla es más sutil, menos perceptible para el lector, y tiende directamente al engaño. En Tres versiones de Judas, Borges construye un ensayo sobre las investigaciones de Nils Runeberg, un teólogo de principios del siglo XX.
En La secta de los 30 desarrolla el mismo tema a través de un manuscrito apócrifo medieval. Tanto el teólogo como el manuscrito son entes ficticios; los razonamientos, en cambio, perfectamente válidos.
Barrenechea observa que en esta mezcla continua de seres históricos y ficticios, de autores verdaderos y apócrifos, no puede descartarse en Borges el placer por el juego en sí mismo. “Un goce algo infantil en burlarse del lector y aún del lector erudito, con la invención de citas apócrifas o deformadas”, comenta .
¿Qué persigue el autor con este juego de mentiras verdaderas? Aún cuando Borges solía eludir este tipo de preguntas, no es difícil entender su motivación: dejar en claro el manifiesto predominio del ejercicio narrativo, de la historia contada por sobre lo estrictamente real o verdadero.
La respuesta parece estar esbozada en Tema del traidor y del héroe, cuento en que un traidor es asesinado y hecho pasar por héroe por los mismos que lo asesinaron; todo bajo su propio consentimiento. El autor deja en claro que es la historia lo que trasciende, aún cuando esta historia sea falsa.
Borges reconoce con frecuencia influencias del idealismo de Berkeley, para quien el mundo no existe fuera de la mente de los que lo perciben. Y es que, como postula Carmen Perilli, “el hombre y su mundo son a la vez lo más real y lo más irreal” .
Borges, efectivamente, no deja que la verdad le arruine una buena historia, como podemos observar en Historia Universal de la Infamia. Allí urde motivos y entreteje intrigas a partir de personajes y hechos estrictamente reales, llenando con la ficción, todos los vacíos (numerosos) que la escasa información dura no le permitió llenar.
Y es que en Borges lo que vale es la construcción teórico-imaginaria, el valor del razonamiento en sí, y –quizás lo más importante— el mero acto de fruición estética que ofrece la lectura. Una satisfacción que el lector -voluntariamente crédulo y gustoso de dejarse engañar- termina por agradecer.

Tiempo circular
En su visión nietzscheniana del eterno retorno, del tiempo circular, una misma historia la vivirán distintos hombres o incluso todos los hombres. En Los teólogos, el ortodoxo Aureliano y el hereje Juan de Panonia resultan ser la misma persona ante los ojos de Dios. En Historia del guerrero y la cautiva, los siglos, el océano y los géneros no son suficientes para separar de su destino común  a un bárbaro que se convierte a la civilización y a una niña inglesa que se transforma en salvaje: dos historias opuestas, pero idénticas. Así, resulta indiferente la identidad del personaje, por cuanto la identidad no es más que una mera ilusión.
Esta ilusión llega quizás a su punto más logrado en El inmortal, cuento en que, una vez alcanzada la inmortalidad, el legionario Marco Flaminio Rufo, el anticuario Joseph Cartaphilus y Homero, el poeta fundacional, se confunden en un solo personaje, que recién se revela al final del relato. Allí Borges reafirma su íntima convicción: lo que en definitiva perdura no son los hombres, sino las palabras.

Ilusión de realidad
La idea borgeana de que todos los relatos del mundo pueden reducirse a cuatro historias –el sitio de una ciudad, el regreso al país natal, la búsqueda y la crucifixión de un dios—, vuelve a hacerse presente en El evangelio según Marcos.
Aquí Borges plantea otro tipo de intercambio de identidad: Baltasar Espinosa, un estudiante de medicina, es confundido con Cristo por unos rústicos campesinos analfabetos mientras les lee en voz alta el Evangelio de Marcos. Sus palabras son mal interpretadas, se produce la confusión de identidades y finalmente se le crucifica.
Mario Rodríguez, doctor en Literatura de la Universidad de Concepción, sostiene que si bien Espinosa no es Cristo, al momento de compartir su destino acepta el martirologio y tras la máscara de error y falsedad —consciente o inconscientemente— participa de una realidad sublime, superando la finitud constitutiva del hombre.
Desde la perspectiva borgeana podría llegarse fácilmente a la conclusión de que Espinosa es Cristo (lo es al menos para los que lo crucificaron), en forma análoga a como el ficticio Nils Runeberg le confiere a Judas la secreta condición del hijo de Dios.
Pero el juego de Borges no se detiene en la repetición de un cierto número de historias idénticas en un universo finito. También abarca ilusiones de realidad, en que los personajes no tienen la certeza de su propia existencia. Ana María Barrenechea consigna cómo Borges en el cuento Las ruinas circulares dramatiza la empresa de crear un ser con la materia elusiva de los sueños, donde al final se revierte trágicamente sobre el soñador la fantasmagoría de lo soñado: “En un alba sin pájaros el mago vio cernirse contra los muros el incendio concéntrico. (...) Comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Éstos no mordieron su carne, éstos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”.
El hombre real puede crear a un ser imaginario. ¿Pero ese hombre real puede estar seguro de no ser también un ente imaginario? Los espejos de Borges empiezan así a enfrentarse y a proyectarse hacia el infinito.

Borges al cubo
A diferencia de Roland Barthes y su proclama de “la muerte del autor”, en la obra de Borges se da más bien una suerte de cohabitación, en la que conviven en relativa armonía el Borges-personaje; el Borges-hablante lírico y el Borges-autor. Una obra clave para entender esta derrota a la muerte barthesiana y que grafica las diferencias entre los distintos Borges es “Borges y yo”, un breve relato escrito como prosa poética ensayística (un verdadero minotauro estilístico):  
“Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. (...) De Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. (...) Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro”.
En este relato, Borges distingue con meridiana claridad el Borges-narrador y el Borges real. El primero es el que está atrapado en lo que él mismo escribe, y el que sus lectores creen conocer o reconocer. El segundo, el personaje público, se presenta con una apariencia de realidad, pero de inmediato Borges cuestiona su naturaleza, pues devela que también es una construcción, un concepto, una imagen.
El único Borges “real” sería entonces aquel cuya realidad parece condicionada a la necesidad de una constante fuga. Pero esta huida es del todo inútil, pues el personaje paulatinamente se va apoderando de todo lo que alguna vez fue suyo. Claro que tampoco podemos estar completamente seguros de que ese Borges sea real. Si el lenguaje es una ficción que funciona como una herramienta limitada para expresar la realidad de modo figural, imaginativo y retórico, ¿cómo probar a través de un ejercicio de ficción, las existencias propuestas en él?  
Aunque no exista respuesta para esta interrogante, Borges y yo resulta revelador, en el sentido de que el mismo autor deja planteada la duda con un epílogo brillante: “No sé cual de los dos escribe esta página”.
La cita obligada para este tercer parámetro es el cuento El otro, en el que se cruzan el Borges viejo de 1969 y el joven de 1918. Conversan, se analizan, debaten, se descreen, entablan una conversación inconducente, porfían en sus diferencias (“…comprendí que no podíamos entendernos. Éramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el diálogo”).
El tema del doble es una obsesión en Borges. Lo aplica con frecuencia a sus personajes y se somete él mismo a esta dualidad. Y también lo utiliza a la hora de analizar a otros autores, como en el caso de su ensayo El otro Walt Whitman.
¿De donde nace esta obsesión de Borges por los dobles? A juicio de Carmen Perilli, podría surgir de su ya citada experiencia traumática con los espejos durante su niñez El espejo, al igual que el doble, es un recurso con el que introduce el temor a lo desconocido, la incertidumbre, la falta de certeza: esa ambigüedad que Borges maneja a la perfección para lograr sus clímax de tensión estética.

Palabras desplazadas
Analizando la siempre aleatoria mezcla de ficción y de realidad del que se sirve Borges en sus ensayos, cuentos y poemas, podemos concluir que el escritor argentino realiza esta alternancia en capas distintas, en distintos grados de abstracción. Así, en un plano superficial se puede observar su lúdico uso de citas falsas, autores inexistentes entremezclados con verdaderos, e incluso hechos reales concatenados a otros ficticios.
Como hemos visto, la utilización de estos recursos, lejos de alejar a los lectores por una supuesta violación a los pactos tácitos de veridicción y de suspensión de incredibilidad, ayudan a configurar una atmósfera donde la ambigüedad, la incertidumbre, los reflejos equívocos y la construcción laberíntica son una constante. Es otras palabras, aceptando su postulado de que lo literario es muchas veces más expresivo que la referencia a lo real, se le entrega carta blanca para mentir incluso en el campo de la aparente “no ficción”, en pos de una satisfacción estética y a una lógica (casi siempre) impecable.
En un plano más profundo podemos decir que la prevalencia de lo narrado supera incluso a los personajes que ejecutan la acción o que, mejor dicho, son movidos por la acción. No importa el individuo, importa la historia que vive el individuo y que puede ser vivida por muchos hombres o por todos los hombres. Aquí queda en evidencia otro tema reiterativo en la obra de Borges: el corolario hegeliano de que lo que le pasa a un solo hombre le pasa a la humanidad entera. Con Borges no sabremos hasta el final si el personaje es real, si es un espejismo, o si es dueño de una identidad distinta a la que se le atribuyó al principio.
Volvemos así al punto de partida en el que el autor se superpone a sí mismo hasta el infinito en un juego de espejos y falsas igualdades. Ni siquiera el mismo Borges es inmune a su juego ambivalente de ficción-realidad, pues en cada inclusión va quedando atrapado por un relato que termina por superarlo, de la misma forma en que supera a sus personajes.
La paradoja de los espejos siguió persiguiéndolo incluso después de su muerte, jugándole una última broma borgeana. El poema Instantes, conocido en todo el mundo gracias a un popular afiche con una xilografía del rostro de Borges, en el que un anciano poeta relata los errores que no cometería si pudiera vivir de nuevo, ha sido por años equívocamente atribuido al escritor argentino.
No deja de ser irónico que aquellas palabras por las que muchos creen reconocer a Borges, no hayan sido jamás escritas por él. Un reflejo perfecto de un destino prefigurado en El Inmortal: “Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos”.


Artículo publicado en Diario Concepción el 26 de julio de 2015. www.diarioconcepcion.cl

14/7/15

Los principios de Marx (Groucho Marx)

No fue uno de los grandes pensadores del siglo XX, como Roland Barthes, Michel Foucault o Jacques Derrida, el que describió de manera más asertiva esa compleja relación entre los planos del “deber ser” y el “ser” en las decisiones políticas. El responsable fue Marx. Pero no el Marx que se imagina. En cualquier caso, no fue un Marx barbudo, sino uno sospechosamente bigotudo. Me refiero al gran Groucho Marx, actor neoyorkino de origen judío, vividor, lascivo y estrafalario, que con una propuesta a medio camino entre Charles Chaplin y Woody Allen, marcó un antes y un después en la comedia norteamericana. Talentoso libretista, en sus 11 películas acuñó centenares de frases ingeniosas que desnudaban, desde el humor, el lado más vergonzante del sueño americano.
En medio de su impresionante producción de adagios del absurdo popular, algunas de sus frases se elevan como grandes verdades, de esas verdades incómodas que pocos se atreven a confesar. Y entre ellas, hay una en particular que nos revela, con epifánica claridad, la clave para entender la corriente filosófica del "carerrajismo", tan extendida hoy en día entre nuestros políticos y gobernantes:

“Estos son mis principios; si no le gustan, tengo otros”.

Tal vez sin pretenderlo, su intervención describe, con prodigioso cinismo, ese camino zigzagueante que separa los programas y manifiestos de la “realpolitik". Si bien por regla general son muy pocos los políticos que se atreverían a encarnar la máxima de Marx (Groucho Marx) sin un mínimo de rubor en las mejillas, es muy frecuente que en la práctica deban retroceder posiciones frente a sus promesas. A veces -casi siempre- guardando conveniente silencio, y de vez en cuando, asumiendo cierto margen de “error de cálculo” o de cambios de escenario imprevisibles que desembocan en vistosas volteretas, dignas de medalla en algún evento olímpico. En definitiva, resulta claro que nuestro bigotudo comediante es uno de los padres de las ciencias políticas posmodernas, y como tal debiera ser estudiado en todas y cada una de las escuelas de gobierno. Ya es tiempo de reconocerle su influencia, pues tal vez tenga más discípulos en el siglo XXI que los que su propio tío barbudo arrastró en el XX.



11/12/14

El Hobbit: la batalla más larga y el accidentado último viaje de Peter Jackson por la Tierra Media

Hoy se estrena en Chile El Hobbit, La Batalla de los 5 Ejércitos, y como tuve la suerte de ver la avant premiere, me siento obligado a dejar mis impresiones, que espero sean algo más breves que el trabajo de los montajistas de Peter Jackson. Parto por reconocer que, siendo un fanático tolkeniano desde hace un cuarto de siglo, la experiencia supuso el fin de un ciclo, que para mí comenzó el 3 de enero de 2002, en el estreno de la Comunidad del Anillo. Este martes tuve la oportunidad de emocionarme por última vez, esperando la entrega final del único ser humano que ha sabido llevar a buen puerto la empresa (casi imposible) de adaptar la obra de JRR Tolkien al cine.

Ni siquiera me molestaron en esta oportunidad los nerds mediocremente disfrazados de hobbits, ni la imposibilidad de sumarme a ellos liberando mis pies peludos de la opresión de los zapatos después de un largo día de trabajo. Lo que sí me perturbó un poco fue el 3D. No consigo encontrarle la gracia al efecto de recortar los escenarios a la usanza de los viejos cuentos volumétricos de cartón. En términos generales, los primeros minutos en que el dragón Smaug desolaba a la ciudad del Lago, me parecieron más bien mercanchifleros, con los relieves que no aportaron al realismo a la aldea, sino todo lo contrario. No me gusta que los muros de piedra parezcan de papel maché, y creo que el cine tradicional se presta mejor a nivel de Gestaldt para la ilusión. Las actuaciones de los extras resultaron particularmente poco convincentes, e incluso descuidadas.

Antes de seguir, me gustaría recalcar un punto: nadie que haya leído El Hobbit, podía esperar que esta tercera entrega fuera edificante. (Alerta de spoiler) La sentencia de Tolkien sobre tres de los personajes más queridos, se cernía implacable e inapelable en el espectador, que tal vez por única vez esperaba tal vez un desliz del guionista para salvar a uno de los condenados. Pero todos sabíamos que Jackson no podía permitirse esa herejía. Dicho esto, no nos quedaba más que esperar un final sombrío.

A mi juicio, la película es la más débil de la saga. Es desequilibrada, no tiene diálogos ni frases para la posteridad, e incluso Gandalf tiene un desempeño pobre y deslucido, en comparación a las otras entregas. La gran batalla, peses a sus 45 minutos y su espectacularidad, no consigue emocionar. Si se trata de material que no debió sobrevivir a la edición,  la incorporación cómica del mezquino Alfrid, el asistente del gobernador, es sólo comparable infausto Jar Jar Binks de la Amenaza Fantasma. A ese nivel.

Otra gran debilidad es que, a diferencia de las partes 1 y 2, la mayoría de los enanos tiene un rol absolutamente secundario. En los entregas anteriores, Jackson había logrado un cierto equilibrio en el reparto de intervenciones de los enanos, y todos tenían su minuto para lucirse. Los hilarantes momentos del gordo Bombur llegaron a estar entre  los favoritos de los fans, y ahora inexplicablemente el director los privó de ese placer. También se extrañan las increíbles secuencias de fuga de los socios de Thorin, que fueron parte del trademark de las partes 1 y 2, y de las que inexplicablemente se prescindió en la 3. Fuera de los dos protagónicos, Thorin y Kili, y de alguna intervención dramática de Balin y Dwalin, el resto de los enanos tiene una participación paupérrima, menor incluso que la del ridículo Alfrid.

Tal vez lo mejor de la película sea la escena en que Galadriel, Elrond, Saruman y Radagast luchan contra los espectros del anillo y contra el mismísimo Sauron. Si bien por ningún momento uno se cree eso de que sea Christopher Lee, con sus 97 años a cuestas, el que combate gimnásticamente con los espectros, se agradece que hayan hecho el esfuerzo de sumar al maestro a esa escena, además de prestarle la voz al maligno Smaug. En esa misma secuencia, es sencillamente notable cómo la dama Galadriel expulsa al lugarteniente de Morgoth, en un tremendo arrebato de poder. Para los connaisseurs queda la alegoría a la "Pietá", en la sutil, pero conmovedora escena en que la dama blanca carga en su regazo al inconsciente mago "caído de su cruz".

Otro punto alto es el Rey Thranduil, que encarna magistralmente esa soberbia élfica que Legolas apenas insinuaba. Pero son Bilbo y Thorin los que se roban la película, y que desarrollan una química notable en sus diálogos y escenas compartidas. En particular el rey de los enanos logra convencer cuando el oro le nubla la razón, y emocionar cuando rompe las cadenas familiares que lo ataban a su destino de locura. La sólida construcción de Thorin y su magistral perfil psicológico es una aportación por la que hay que aplaudir a Jackson, y no a Tolkien. Qué duda cabe: el director/productor, con sus ripios y aciertos, hizo un aporte indesmentible a la vasta obra del profesor de Oxford.

Hubiese querido que el cierre de 15 años de trabajos de Jackson en la obra tolkeniana, hubiera tenido un mejor epílogo, pero tal vez sea quejarse de lleno. Me quedo inevitablemente con la sensación de que en la Batalla de los Cinco Ejércitos, Jackson contrajo la enfermedad de George Lukas: se preocupó más por la forma que por el fondo, priorizó la parafernalia sobre el que había sido uno de sus sellos hasta ahora: un guión impecable, sólidamente sustentado en la obra de Tolkien. Y no es que el libreto esté mal hecho, pero aquí los detalles hacen la diferencia. Asperezas que debieran haberse pulido, detalles de ritmo y continuidad sobre los que debieran haber dado más vueltas, hasta dejar su superficie tan liso como "el corazón de la montaña", la gema favorita de Thorin. El mejor ejemplo se encuentra en los últimos minutos, cuando, después de una batalla interminable, cae de pronto el final, abrupto, gris y pobre. (Alerta de spoiler) Hubiésemos querido ver un funeral a la altura del gran Thorin, con el corazón de la montaña entre sus manos... Hubieramos apreciado una enormidad ver al primo Dain coronándose rey de la montaña, con sus enanos embelleciendo las estancias de Erebor, con la gente del lago prosperando bajo la sensata conducción de Bardo, con un rey Thranduil bendiciendo la nueva alianza entre elfos, enanos y hombres. Lamentablemente, nada de eso ocurre, y nos encontramos muy de golpe, de vuelta en la Comarca, en un final que carece de las emociones de la memorable conclusión de la Trilogía del Anillo.

Sabíamos que necesariamente una parte de esto tendría que ocurrir, al convertir un libro de 400 páginas en una trilogía de 600 minutos. A decir verdad, me decepciona un poco que Jackson y su equipo hayan tendido a "relajarse" en el momento más importante. Pero bueno, la historia de idas y vueltas de los hobbits por la Tierra Media tenía que concluir -todos los verdaderos fans lo sabíamos-, con un final lleno de pérdidas. Sin embargo sólo nos queda agradecer por un viaje inolvidable que duró 15 años, y por una aventura que seguirá creciendo en nuestros corazones, hasta que nos toque abordar nuestro último barco en los Puertos Grises.

Por Francisco Bañados P.


   

25/11/14


Del Big Mac a los 5K: el épico desafío de tres sedentarios 

Cada año el running suma más adeptos en la zona, y con ello nuevas carreras se agregan a la agenda deportiva local. La corrida “25 años UDD” realizada este domingo 23 de noviembre en Concepción, fue una buena prueba de que el running es, más que una moda, un estilo de vida que llegó para quedarse. Más de 5 mil ciudadanos desafiaron la lluvia y el viento para participar en esta corrida, que congregó a avezados deportistas, pero también a espíritus inquietos, tal vez no tan preparados en lo deportivo, pero con muchas ganas de probarse a sí mismos.Es el caso de tres periodistas de Diario Concepción, que, sin ninguna formación deportiva, asumieron el desafío de competir sólo para enrostrarle al mundo que podían. Estos fueron los resultados.

Héroe de la chatarra
Daniel Kuschel, 32 años, es un confeso consumidor de comida chatarra, un rubro que conoce bien, pues siendo estudiante trabajó en un local por el que guarda respeto reverencial. Reconoce que tiene una especie de trauma con las ensaladas que arrastra desde su niñez. Así, fue construyendo en su entorno laboral su imagen de referente obligado del sedentarismo.

Sin embargo, algo cambió   en su vida hace 45 días, cuando se enteró de la corrida de la UDD y no dudó en inscribirse en los 5K. Aquí su testimonio:

“Hacía tiempo que el bichito de correr estaba rondando por mi cabeza. Varios amigos  cercanos habían empezado a practicar  running, y sentí que si ellos podían, yo también. Así que, cuando supe de la corrida UDD, no lo pensé dos veces y me inscribí,  sin saber en qué me estaba metiendo”.

“Le comenté mi decisión a mi compañero de sección, Paulo Inostroza, corredor histórico del Diario, para que me diera algunos consejos técnicos. Se entusiasmó tanto que se autodesignó mi entrenador, comentario que llegó a oídos de un par de compañeros de trabajo: Ángel Rogel de Política y Joaquín Urrutia de Economía. Entre broma y broma, pactamos una apuesta:  el perdedor invitaría a comer hamburguesas a los ganadores al Rich. El desafío se volvía serio”.

Rogel se tiene fe
Pese a ser el “más viejo” de los tres, Ángel Rogel se sentía confiado en poder ganar la apuesta. Más importante aún, se creía capaz de sortear bien el desafío deportivo.
“Nunca había participado en una corrida oficial. Mi señora corre con frecuencia, y yo había tratado de empezar a trotar a principios de año, pero me faltaba regularidad. Esta apuesta y esta corrida fueron una oportunidad para ordenarme y motivarme a entrenar con regularidad. A poco andar, tenía claro que podía superar a mis compañeros, a pesar de que eran mucho más jóvenes que yo”.

Bloqueo competitivo
Joaquín Urrutia, 24 años, era el menos convencido de los tres. “Sentí desde el principio que no tenía nada que hacer. No es que mis rivales me impresionaran por sus condiciones atléticas, pero de verdad siempre he sentido que lo de las competencias deportivas no es lo mío. Tengo una especie de bloqueo mental con ellas. A pesar de eso, comencé a prepararme. Me compré zapatillas y ropa deportiva, y nombré como ‘coach’ a Pablo Veloso, el más  ‘fornido’ de mis colegas”.

El factor “K”
Daniel se tomó tan en serio el desafío, que se acercó a una amiga kinesióloga para que lo pusiera al tanto de los riesgos. “Sabía que podía ser un poco peligroso comenzar  a hacer deportes de manera muy intensa , de un día para otro, con la vida sedentaria y de pésima alimentación que llevaba. De hecho, debo reconocer que si bien mejoré los horarios de las comidas y dejé en cantidades algunas cosas como las bebidas con gas, mi alimentación no ha mejorado mucho. Lo que sí pude concretar fueron casi 30 kilómetros de preparación, incluyendo la participación en algunas corridas previas, que me ayudaron a conocer el ritmo que debía llevar para completar el desafío”.

La hora de la verdad
Angel fue el primero en llegar a la Plaza Bicentenario, unos 40 minutos antes que comenzara la Corrida UDD. Pocos minutos más tarde, llegaron Daniel Kuschel y Paulo Inostroza.  Joaquín, sin embargo, nunca llegó al desafío. Más tarde confesaría: “Fue en mi último entrenamiento cuando me di cuenta que no servía para esto. Era más digno pagar las hamburguesas con hidalgía, que hacer un papelón delante de 5 mil personas, entre ellas, ancianos, niños y señoras maduras. Pero creo que el principal culpable fue mi entrenador, que no supo darme la motivación que necesitaba en los momentos clave. Lo culpo a él”.

Para Ángel, el desafío de participar por primera vez en una carrera masiva, fue una motivación especial. “Ya no me importaba la apuesta, ni ganarle a Kuschel, sólo demostrame que podía hacerlo, dignamente. Correr sin parar, mejorar mis tiempos, y llegar entero a la meta. Ese era mi desafío y lo logré. Me siento contento, y muy motivado para seguir mejorando”.

Daniel sintió emociones similares, y de hecho no le importó darse cuenta, en la mitad del recorrido, que Ángel ya le había sacado una ventaja insuperable. Eso sí, reconoce que el último kilómetro fue duro. “En varias oportunidades pensé en detenerme, pero recordé las palabras de Paulo, mi coach: ‘es mejor bajar el ritmo que parar’. Lo hice. Los últimos metros parecían eternos. Estaba empapado y no me podía los pies, pero llegué a la meta. Al otro lado me esperaban Ángel y otros compañeros, quienes me alentaron. A nadie le importaba la apuesta. Yo creo que todos nos sentimos un poquito héroes, y quedamos con toda la motivación para seguir corriendo”.
Que así sea.


15/3/14

El cruce del caos

En su célebre cuento “El Inmortal”  (1949), el escritor argentino Jorge Luis Borges describe una ciudad construida y abandonada por los dioses: una urbe donde impera una arquitectura tan caótica y delirante, que el protagonista sólo puede experimentar sentimientos de angustia, hastío y “más horror intelectual que miedo sensible”.

La descripción de Borges en boca del romano Marcos Flaminio Rufo es elocuente: “Este palacio es fábrica de los dioses, pensé primeramente. Exploré los inhabitados recintos y corregí: Los dioses que lo edificaron han muerto. Noté sus peculiaridades y dije: Los dioses que lo edificaron estaban locos”.

Este relato de ficción puede encontrar correlato en el centro penquista, en la delirante intersección de la Diagonal Pedro Aguirre Cerda con San Martín. Un punto neurálgico donde se da una verdadera paradoja vial, pues allí confluyen una calle con un tráfico mayor al que pareciera soportar (en particular por la locomoción colectiva) y un agradable paseo con aires europeos que une la Plaza de los Tribunales con la UdeC.

Nunca fue éste un cruce “amistoso”, pero desde que se modificó y amplió la primera etapa del  paseo peatonal de la Diagonal en 2012 y se agregaron nuevos cauces vehiculares para la locomoción proveniente de Orompello, la encrucijada cobró un aire casi borgeano, indescifrable para el común de los mortales, salvo quizás para alguna deidad esquizofrénica.

Y es que las múltiples variables que ahora hay que evaluar antes que vehículos y peatones se atrevan a cruzar (entre las que se superponen semáforos oblicuos, signos pare, ceda el paso, pasos cebras y nuevas vías de incierta dirección),  bien pueden generar cuadros de angustia, hastío y “horror intelectual”. Elementos muy potentes para la literatura, pero nefastos para la seguridad de la urbe. No se necesitan inmortales para remediar esta locura, sino uno o dos ingenieros competentes.


Publicado en Diario Concepción el 14 de marzo de 2014.

12/1/14

Heiddeger en la Pencópolis: ¿Por qué permanecemos en la provincia?

En 1933, el prestigioso filósofo alemán Martin Heidegger recibió una invitación para hacerse cargo de una cátedra en la Universidad de Berlín, oferta que rechazó porque se negaba a abandonar Friburgo. Para justificar su decisión escribió el artículo “Por qué permanecemos en la provincia”. Allí explica su fuerte arraigo a la tierra, los campesinos, las  estaciones, en definitiva a una forma de vida más simple y profunda, condición que considera imprescindible para la filosofía, y que a su juicio sería imposible encontrar en la metrópolis.

Un académico santiaguino citó hace algunos años este texto para ilustrar el sentimiento que lo embargaba cada vez que era invitado a dictar una clase en Bío Bío. En el mismo mail, confesaba a sus alumnos:  “En la confluencia de naturalezas externas e internas, en el cruce entre geografía y ser humano, es quizás en donde podemos ver con realidad y potencia, aquello misterioso que llamamos vida.Viniendo del tráfago santiaguino, del destiempo y a-tiempo, Concepción se me presenta fértil, vivible, amable, cordial. En fin, un respiro en el torbellino”.

Resultaba grato leer su visión tan idílica del Gran Concepción, aún cuando a los penquistas la imagen de la ciudad nos resulte muy lejana a la de la campiña heideggeriana. Pese a ello, su mirada era asertiva. La naturaleza no nos ha permitido conservar tesoros arquitectónicos, pero eso nos obliga a mantener un vínculo más fuerte con esta tierra tan movediza, con el mar y sus terribles rebeliones, con nuestros ríos, lagunas y bosques. Concepción, sus contrastes, sus luces y sus carencias, son una sola cosa. Y aunque a muchas veces lo olvidemos, éste es un gran lugar para vivir, para respirar, para hacer familia.























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