Es muy propio de la naturaleza humana el buscar cosas a las qué aferrarse, hitos que no tienen más valor que los que el hombre quiera conferirles. Pero dotados de ese poder, de esa fuerza simbólica, significan mucho. Una fuerza subjetiva capaz de aunar voluntades y de impulsar los destinos de un pueblo.
La piedra negra de origen meteórico depositada la Kaaba en La Mecca es un buen ejemplo de ello. Ésta ya era una pieza de culto mucho antes de la aparición de Mahoma, pero el profeta tuvo la claridad de no eliminarla con la nueva fe, y transformarla en el lugar de peregrinaje más importante del Islam. Su mérito fue reconocer su fuerza simbólica y relevancia para la vida espiritual de los árabes.
Sin embargo, pocas veces está en manos de la autoridad el conferir una carga simbólica. No es por decreto que un pueblo convierte una piedra en hito, una reliquia en pieza de devoción, una intervención urbana en bandera. Así, grandes estatuas, palacios, jardines, monumentos u obras han tenido vidas efímeras, y a duras penas han sobrevivido al recuerdo de sus contemporáneos.
Es muy pronto para afirmarlo, pero a la luz de lo ajeno y chocante que resulta para los propios habitantes a los que pretende tributar, ese parece que será el destino que sufrirá el oneroso Memorial para las víctimas del terremoto de 2010, erigido en la costanera de Concepción.
El amenazante coloso de piedra, con sus infundadas pretensiones de inmortalidad, contrasta con el escombro del edificio Alto Río, instalado por la fundación del mismo nombre frente a tribunales, en pleno centro penquista, con una sencilla placa en memoria de las víctimas. Una especie de meteoro de concreto, que primero impacta y luego sobrecoge a los que se detienen a contemplarlo: un símbolo de destrucción real, que parece haber caído del cielo como la piedra de la Kaaba.Una intervención cruda, anómala como una mancha o un desgarro en el tramado urbano y que por lo mismo golpea, porque es un testimonio vivo del terror de aquella inborrable madrugada del 27/F. Un hito que no tiene necesidad de representar, porque es lo que es: un fragmento de la tragedia.
No sabemos si la pieza será trasladada o si permanecerá en ese lugar, como un incómodo recordatorio en el corazón de la plaza de los tribunales de justicia. Tal vez este humilde hito se eleve a nivel de ícono, entretejido de recuerdos domésticos y genuino respeto ciudadano por los que ya no están.
Por Francisco Bañados Placencia