13/8/10

Jóvenes después de los 80

Recupero este artículo en el que me dí el gusto de entrevistar a cuatro viejos muy "choros". El artículo fue publicado en 2006 y bueno, el tiempo no pasa en vano; todos los entrevistados viven aún, pero dos están muy viejitos, y obviamente ya no son las personas activas que entrevistamos hace 6 años. Mayor razón para dar testimonio de sus recetas para mantenerse activos, vigentes, plenos y felices en un país que envejece rápidamente. A tomar nota, porque el tiempo vuela...

Por Francisco Bañados P.

Por las mañanas, nada en el Lago Villarrica. Después de almuerzo, jardinea y más tarde recorre el campo buscando ramitas secas que le servirán para tallar bailarinas, perros, caballos o pajaritos. De vuelta a la ciudad, reserva sus noches para jugar póker con sus amigos, disertar sobre algún tema contingente en la Logia, o simplemente para pasarlo bien junto a su familia. Es todo un caballero y jamás permite que alguna amiga pague la cuenta del café.

Definitivamente, León Carrasco tiene la agenda y la vitalidad de cuatro veinteañeros sumada a la de un chico de 11. Y no es sentido figurado: a sus 91 años, parece conocer la receta de una vida plena después de los sesenta. Hace 26 años, don "Loncho" se jubiló y dejó sus clases en el colegio y la universidad. Viajó a todos lados con su señora y aprendió a darse el tiempo para disfrutar las cosas simples. Hace algunos años enviudó, pero no se echó a morir: un nieto se fue a vivir con él y la experiencia resultó gratificante. "Eran como dos amigos compartiendo su departamento de solteros", comenta Marcia, su hija. Hace dos años nació su primera bisnieta, y con ella una nueva alegría.

Algunos psicólogos llaman "segunda adolescencia" a esta forma de asumir la tercera edad, una opción que marca un quiebre en 180 grados frente al modelo de los ancianos de antaño.
¿Es don Loncho una excepción? Probablemente. Pero una excepción a la que nuestra sociedad se tendrá que ir habituando. El Censo 2002 reveló que la población que más ha crecido en los últimos años son los mayores de 60 años, y que además este segmento está elevando sus expectativas de vida cerca de un año por cada década que pasa. O sea, vivirán en promedio un año más que quienes cumplieron 60 años en 1996.

La psicóloga Pamela Espinosa sostiene que la sociedad va dejando en evidencia un desplazamiento en las "edades del hombre": los hijos tardan más en abandonar la casa de sus padres, se casan más viejos, y la maternidad tiende a postergarse para privilegiar el desarrollo profesional. ¿Signos de los tiempos y de la globalización?

En paralelo nacen menos niños. Según el INE, la fertilidad chilena es de dos hijos por familia, en el límite de la llamada tasa de reemplazo (2,1). En nuestra región la tendencia se acentúa, pues presenta una cifra de fecundidad de 1,95; considerablemente más baja que la del promedio nacional. ¿La población se está estancando? ¿O será que ahora los viejos son el futuro?

País de lolosaurios

El 2010 en Chile habrá un mayor de 60 por cada dos menores de 15. El 2034 la proporción será 1 a 1. Antes de que termine la mitad del siglo el 25% de los chilenos será viejo. Veremos una población más longeva, pero con una mentalidad distinta porque, a diferencia de anteriores generaciones, desde su juventud habrán estado acostumbrados a consumir marcas, a viajar, a instruirse y a estar más pendientes de su estado de salud.
Esta descripción le calza como anillo al dedo a Gladys Padilla (80). Después de enviudar en 1978 y de jubilar en 1987, jamás le ha cedido un centímetro a la soledad. Lleva años practicando yoga, viajando al extranjero y organizando campeonatos de póker y pollas. "Lali" pertenece a una logia mixta y a un centro femenino, del que ha sido presidenta en dos ocasiones, sin descuidar sus labores de abuela. Según sus cercanos, actividad en que se mete, asume el liderazgo. "Constantemente estoy estudiando temas de cultura, ética, actualidad... Me gusta estar informada de lo que pasa en el mundo, pero con un buen nivel de profundidad", afirma.
Ricardo Placencia (91 años) es, al igual que don Loncho y la señora Lali, todo un pionero en lo que concierne a cambios de mentalidad. "A principios del siglo XX era normal que las familias tuvieran 8 hijos, y que a una persona de 58 años se la considerara anciana. En poco tiempo más, con tanto viejo y tan poco joven, nos va a tocar a los viejos actuar como jóvenes", razona, con sorprendente lucidez.
El "tío Ricardo" está convencido de que la receta de la longevidad es "no hacerse mala sangre y tomarse la vida con humor". También reconoce con picardía, que pudo influir haber jubilado en 1950, y no haber trabajado más desde entonces.
Con esta filosofía, poco le cuesta encontrarle ventajas a la vejez. "Siempre tengo tiempo para hacer lo que me gusta, para conversar con la gente, para hacer trámites en el centro... Y eso sin contar que en el supermercado y en el banco tenemos atención preferente", apunta.
Hace algunos meses murió "de viejo" su amigo más cercano: su perro Richard, que por 15 años lo acompañó a todas partes. Asegura no tenerle miedo a la muerte -en efecto su sección favorita del diario es la página de "los muertos"- y que tampoco le complica programar la ceremonia de su funeral. De todas formas dice que no tiene ningún interés en perderse su cumpleaños número 100, y que ya está empezando a tirar líneas para su discurso.

Equilibrio espiritual

El caso de Godofredo Hecker es diferente. Está a punto de cumplir 80 años y no ha podido jubilarse, porque su pensión es muy baja. Hoy trabaja en la Droguería Alemana, laboratorio que el mismo fundó, pero que hace algunos años se vio obligado a vender.
Pero el "tío Godo" no se complica demasiado, y se las arregla para disfrutar con cosas que debió postergar, siendo más joven. Vive junto a su señora, alejado del ruido de la ciudad, en un campo camino a Santa Juana. En primavera y verano, se levanta de madrugada y camina hasta la punta de un cerro cercano a su casa. Tiene un laboratorio de fotografía, de vez en cuando hace un enguindado legendario, lee y escucha música clásica. Y no sólo eso: cuando tenía 65 años, aprendió a tocar piano. Su último hobby es la caligrafía gótica, y puede pasar horas transcribiendo libros al alfabeto germánico.
Pero nada lo hace más feliz que pasar un rato con sus nietos. "Son mis compinches y mi mayor felicidad. Antes los abuelos eran personas distantes, a los que los niños no podían ni acercarse; gracias a Dios, eso cambió", comenta.
Como buen químico, tiene una fórmula para vivir en plenitud los años dorados: "Hay que olvidarse de las cosas que uno hacía cuando joven; tenemos que aprender a apreciar la vida con otro ritmo y con una mirada diferente. Esta es una etapa linda, que se puede vivir muy bien si uno se cultiva física, intelectual y espiritualmente. Las canas y los dientes son accidentes, pero la arrastrada de pies es signo de vejez".

9/8/10

“Nuestra realidad es el guión de Matrix”

Sergio Melnick vaticina que la revolución inalámbrica será de mayor envergadura que la de los computadores personales, y que cambiará para siempre la forma en que el hombre se relaciona con su entorno. “Lo que viene es de la misma magnitud que el pecado original”, advierte, mientras prepara su paracaídas para el gran salto al ciberespacio.

Por Francisco Bañados P.

Tome un panelista de TV. Agréguele un director de E-Business de la Universidad Adolfo Ibáñez. Revuélvalo con un ministro de Mideplan del Régimen Militar. Añada una pizca de numerología y esoterismo y sazónelo con un look rabínico-patriarcal. Ponga todo en la licuadora y presione ON. ¿Qué podría obtener con semejante mezcla? Fácil: el resultado no podría ser otro que Sergio Melnick, multifacético e inquieto ingeniero comercial reconocido principalmente como "el panelista de derecha" de Tolerancia Cero de Chilevisión.

Acompañado por el periodista Fernando Paulsen, Melnick viajó a Concepción para exponer, durante el almuerzo inaugural de un foro tecnológico empresarial organizado por Entel PCS, sobre los insospechados efectos de la revolución digital ad portas, “que cambiará totalmente los paradigmas del mundo que conocemos”.

Minutos antes de comenzar la charla, sentada su robusta humanidad frente a un delicioso plato que jamás tendrá oportunidad de probar, se da el tiempo para contestar e-mails desde su teléfono PAD (Personal Digital Asistant). “Me cargan estos seminarios, son de lo más injusto que hay. Todos comen mientras uno habla”, comenta, medio en serio, medio en broma. “Cada vez que escuches un “tap tap”, querrá decir que alguien a tu alrededor estará trabajando con uno de estos aparatitos”, comenta, mostrando orgulloso su celular-agenda-computador. Y agrega: “Esta revolución inalámbrica es la superación final de la geografía, y sin duda tendrá un impacto tanto más grande para la humanidad que la aparición del computador personal”.

-¿Cómo puede afectar tanto a la humanidad un simple teléfono?
-Ciertamente no se trata sólo de un teléfono. Esta revolución va a entrar igual que la de los PC, sin pedirle permiso a nadie. Hoy en Chile hay 11 millones de celulares, casi un celular por persona. Esa es ya una realidad distinta. Pero es importante entender que no es lo mismo la máquina que la tecnología. La máquina es lo que está afuera, lo que se ve, como la cara del ser humano. La tecnología es invisible, es como el alma, es una forma de pensar. La tecnología no es neutra, uno no define si la usa para bien o para mal. Tiene una ideología propia. Este PDA que tengo en mis manos, el adminículo universal, tiene una lógica para pensar el mundo que tenemos que ser capaces entender. Por eso no se le entiende como un teléfono, sino como un conjunto se servicios. Lo que viene es gigantesco y cambiará a la sociedad, la familia, los negocios. Por eso debemos ver esta revolución inalámbrica como un beneficio y no como un costo.

Vida digital

-¿Por qué dice que la revolución inalámbrica de los PAD será más importante que la de los computadores personales?
-La gran diferencia es que los PC simulan un cerebro humano, operan bajo esa metáfora de la inteligencia. Los PDA ya no tratan de ser inteligentes, sino que son accesadores a una inteligencia que está en otro lugar.

-¿Una inteligencia global?
-Una mente. Ese es el gran cambio de paradigma. Si el PC opera con la metáfora del cerebro, esto opera con la metáfora de la mente. En los 50, hablábamos de un computador utilizado por muchas personas. Luego en los 80 se pasó a un computador por persona. Ahora, con esta máquina, son millones de computadores sirviendo a una sola persona. Todos esos miles de computadores vienen a formar un gran computador, que opera como una mente.

-¿Un computador vivo?
-Exacto. Es nuestro primer paso a la integración con la máquina. Cuando el ser humano empieza a interactuar con ella, ya no se puede desentender, porque se aísla, porque la información y el conocimiento están todos allá. En el PC tú archivas todo dentro. Aquí archivas todo afuera, te desentiendes de la geografía. Las posibilidades y las capacidades son infinitas, pero tienes que meterte dentro del sistema. Esta máquina va a ser tu teléfono, tu agenda, tu computador, tu biblioteca, tu tarjeta de crédito, tu todo. Tu identidad, en definitiva. Ella se comunica con todos sus otros iguales, y genera una red paralela a internet, y donde está genera submundos comunicándose con los sensores del auto, del refrigerador, del cajero automático... La realidad adquiere vida. Suena abstracto, pero no lo es. Esto no es futuro, es presente, y ya existe hoy.

-¿Quiere decir que, o nos subimos a este carro, o el carro los pasa por encima?
-Así parece ser. Einsten dice que la realidad no es lo que nosotros creemos. La realidad es una ilusión persistente. Si no fuese así, si la realidad fuese clara y objetiva, no habría espacio para la innovación. Tenemos que tener presente tres cosas: que el conocimiento tiene la extraordinaria capacidad de doblegar los sentidos; que la mente tiene la propiedad de llenar los espacios vacíos, y que el contexto altera el significado y uno ve lo que quiere ve. Por ende, tenemos que aprender a mirar las cosas de una manera distinta.

-Porque no hay un manual de instrucciones para subirse a este carro…
-No lo hay. No se puede usar un mapa viejo para explorar un camino por el que nadie nunca nadie ha ido. El mapa no está en los modelos del pasado, porque el pasado no es un buen predictor del futuro. El nuevo mapa está aquí adentro: no está en las respuestas, está en las preguntas. Y las preguntas dependen de la actitud, de entender que las cosas no son como creemos, de abrir la mente a otras posibilidades. En resumen, todo aquello que pueda ser digital, lo va a ser. Por lo tanto, mientras antes nos metamos a este mundo, mejores oportunidades tendremos. Steven Hawkings dice que hay que mejorar la inteligencia humana con ingeniería genética, que hay que posibilitar las vías de conexión directa entre el cerebro humano y los computadores, porque sino las máquinas nos van a sobrepasar.

-Suena escalofriante… Recuerda al guión de Terminator.
- Lo que está ocurriendo es exactamente igual al guión de Matrix. El mundo virtual, el ciberespacio, tiene una realidad ontológica exactamente igual a la nuestra. Estamos uniendo a nuestra mente original una mente colectiva artificial, y ese es el gran dilema moral que se nos viene: nos hemos metido en un mundo que hemos creado, y estamos dejando de lado la mente original, la que nos conecta de verdad. Nos vamos a conectar por la vía electrónica, y no por la mente con la que venimos equipados, la que se conecta con el alma. Estamos entrando al temible escenario de la tecnología versus el ser humano.

Pecado original

-Cuando usted habla de internet y de la gran cadena de los computadores inalámbricos interconectados como una sola mente, recuerda a la idea del imaginario colectivo de Young.
-Puede ser, pero la diferencia es que ésta es una mente colectiva creada por nosotros, a nuestra imagen y semejanza. Y eso es pecaminoso.

-¿Qué tiene esto que ver con el mundo espiritual?
-Ambos mundos son análogos, pero el material está en un nivel más bajo. Lo que viene con el ciberespacio es de la misma magnitud que el pecado original. Hay una degradación del ser humano. De nuestra realidad al ciberespacio también se baja una capa. Estamos cometiendo el mismo pecado original, creando un mundo paralelo a imagen y semejanza, y nos estamos instalando ahí. Esta realidad en que vivimos es muy dura, pero para los que vivan en el ciberespacio, esta mierda de realidad en que vivimos, va a ser el paraíso.

-Y pese a todo, se le ve tan entusiasta, dando el salto a la era digital… ¿Será que el vértigo nos atrae irremediablemente al vacío?
-Lo que pasa es que no tenemos otro camino. En menos de 250 años, pasamos de 1.500 millones de personas, a 6.500 millones. Nos demoramos 12 mil años en llegar a 500 millones, y en dos siglos quintuplicamos la cifra. Hoy tenemos que alimentar a toda la humanidad, con un nivel de consumo increíblemente mayor que en tiempos pasados. Estamos montados en una plataforma tecnológica global de la cual dependemos. Si esa plataforma desapareciera, se morirían de un paraguazo 6 mil millones de personas, por ende, nuestra sociedad depende de ella. Cuento corto, no hay vuelta atrás. Estamos atrapados. ¿Cómo nos fuimos a meter en este requesón? Ya no importa. Ahora tenemos que prepararnos para enfrentar mejor este nuevo mundo que ya está aquí.

Nueva inteligencia

-¿Una lógica distinta?
-Esto tiene que ver con la forma con que nos enseñaron a pensar. Desde hace siglos pensamos con la lógica cartesiana, que nos dice: cuando no entiendan algo, pártanlo en unidades y analícenlo por separado. Eso hoy lleva inevitablemente al error. Necesitamos volver a operar con una lógica de síntesis, tomar distancia y no perder de vista el problema en su conjunto. Esa habilidad para manejar el problema desde fuera, es lejos la cualidad más importante de un ejecutivo hoy.

-¿Debemos suponer entonces, que la revolución de los computadores inalámbricos cambiará nuestra forma de pensar?
-Cuando tú pones la inteligencia afuera, se produce un cambio en la lógica con la que tú te relacionas con el mundo. Cuando trabajas con un cerebro, un computador personal, manejas la información con lo que acumulas y archivas. Cuando funcionas con la información afuera, en otro lado, tienes que ir a buscarla, y tienes que tener la competencia suficiente para moverte en alta complejidad y encontrar lo que estás buscando.

-Es lo que pasa con Google.
-Así es. Cuando ordenas una búsqueda en Google, el buscador revisa 10 mil millones de páginas web. ¿Alguien puede leer eso? No las puedes entender, acumular, conocer, ni revisar, pero sí las puedes administrar. Estas maquinitas PDA tienen esa lógica nueva. Por eso que la Educación hoy en día está completamente desubicada. La discusión chilena hoy está centrada en los contenidos, y eso es un error, una estupidez.

-¿Hacia donde debiera enfocarse entonces?
-Tiene que ir hacia la administración del conocimiento. ¿Quién es inteligente hoy? El que tiene mejor acceso a la mente. La inteligencia no está en el cerebro, sino en la mente, y la mente está afuera del ser humano: está en cómo nos relacionamos e interactuamos con el mundo que nos rodea. Si analizas la revolución de los pingüinos, te tienes que preguntar, ¿dónde aprendieron los chiquillos a organizarse de esa forma? ¿Cómo aprendieron a armar blogs, a crear una red eficiente a través de e-mails y mensajes de texto? Hay empresas que invierten millones, y no logran coordinarse de la forma en que lo hicieron estos miles de muchachos. ¿Cómo lo lograron? ¿Debemos suponer que la educación no es tan mala como creíamos? ¿O será que lo aprendieron en otro lugar, con otras herramientas? Estos chicos están aprendiendo más por la sociedad en que están inmersos que por sus colegios. Ellos ya están acoplados a la revolución inalámbrica.


Entrevista publicada en Reportajes de EL SUR.
Domingo 22 de julio de 2006.

5/8/10

Un café para el alcalde




Todas las mañanas, religiosamente, don Jorge se arranca del trabajo para tomar un café en el Ikabarú. Pide un cortado y se relaja conversando con su mesera favorita. Desde el otro lado de la barra, María Flores Vallejos lo saluda de un beso en la mejilla. Como de costumbre, su ajustado uniforme no le impide atender sus clientes con gracia, servirles su café o secarles los platos chorreados con un paño...

- Cómo está usted, don Jorge.
- Más o menos. Supe que me estaba poniendo el gorro con el alcalde...

María se ríe a carcajadas, aunque ya le han hecho decenas de bromas como ésta. "No todos los días la ven a una por la tele atendiendo al alcalde", justifica. En efecto, el miércoles le tocó servir al edil Joaquín Lavín, mientras firmaba un acuerdo con los propietarios de "cafés con piernas" para regular la actividad.

Ahora todos la reconocen y en la universidad algunos ya no la saludan. La mayoría de sus amigos y compañeros no se hacen drama, e incluso pasan a verla de vez en cuando al local. "Hay profes que me han tirado tallas, pero en buena", afirma. Lo único que le preocupa un poco es que la discriminen al momento de postular a una práctica profesional. "Igual - explica- acá los clientes siempre me la ofrecen, medio en serio, medio en broma. Yo les digo 'OK, pero no esperen que les vaya a servir café"'.

María y el edil

"No he votado nunca por Lavín, pero cuando supe que venía, le aposté a una compañera que yo iba a atenderlo. No sé por qué lo dije, si a mí no me correspondía. Soy la que atiende más lejos de la entrada, y no se suponía que se ubicara en mi sector. Pero cuando llegó el alcalde, con un montón de camarógrafos a la cola, la Ximena entró en pánico. Sus papás no saben que trabaja en un café, así que corrió a esconderse. Y tuve que cubrirla. Estaba muy incómoda, con la tele y los fotógrafos encima. Me temblaba montones la taza cuando fui a servírsela...

- ¿Quiere el café con azúcar o sacarina?- le pregunté.
- Con sacarina, por favor.

Me puse toda nerviosa. Siempre tengo problemas con el frasco de las sacarinas. A veces no sale ni una, y otras salen todas de un viaje. Por suerte, esta vez no pasó nada. Le sudaba la frente y la barbilla, yo no sé si por las cámaras o porque se puso nervioso conmigo. Y le pasó lo que a todos los clientes nuevos: no sabía para dónde mirar. Trataba de no mirarme mucho, pero eso no era fácil, porque me quedé parada frente a él. Creo que eso lo descolocó un poco.

Me hizo algunas preguntas sobre el trabajo. Cuál era mi horario, si me vestía así todos los días... Trataba de sonreírme, pero como que le costaba. Le echó unas miradas al documento, se tomó la mitad del café y se paró.

- ¿Va a volver por acá?- le pregunté.
- Sí - me dijo- . Pero la próxima vez me voy a atender con la otra niña.

Yo no supe por qué me dijo eso. A lo mejor le gustó más... No, probablemente fue porque me encontró muy conversadora... Vaya a saber una. Hay otras niñas que sirven y se van. Pero yo soy así con todos mis clientes, es mi forma de ser. Y se fue tan de repente como llegó. Detrasito salieron los periodistas. Yo seguía medio nerviosa, pero todo había salido bien. Él había sido un cliente más, excepto por una cosa: no me dejó propina."

Del café a la universidad

María Flores Vallejos (22) trabaja desde hace dos años en el "Ikabarú" de Huérfanos con Mac Iver. Egresó como contadora del liceo Técnico Insuco, y trabajó un tiempo de promotora. No le iba muy bien, hasta que un día una amiga le recomendó que fuera a probarse al café con piernas. "Al principio, me moría de vergüenza y me andaba tapando. Pero después me relajé", explica.

Para ella es sólo un trabajo, y se esfuerza por hacerlo bien. Saluda a sus clientes por su nombre y con un beso en la mejilla. Con lo que gana, costea su carrera de Prevención de Riesgos en la Universidad Tecnológica Metropolitana."No te voy a decir cuánto me pagan, pero es buena plata. Incluso me alcanza para darle a mi mamá", confiesa.

El horario le acomoda. Se levanta todos los días a las seis de la mañana (vive en Maipú, y tiene que ahorrarse el taco) para llegar a las 7.30 al local. Trabaja hasta las 3 de la tarde, y ahí se va para la casa y estudia un rato, antes de partir a clases.

La ha ido bien, va al día y sólo reprobó cálculo, porque para el examen se quedó dormida. Le complica que le pregunten a qué se dedica, más que nada por el mal concepto que tiene la gente de los cafés con piernas. "No tengo mayor drama con eso. Nos toca usar estas minis, o shortcitos, pero nunca nos han pedido usar transparencias, tangas o cosas así. No lo haríamos tampoco", asegura. Dice que hay otros locales en que "las niñas son tan feítas que su única arma para pescar gente es sacándose la ropa".

María distingue varios tipos de clientes. Los tímidos, los que vienen por primera vez, miran al suelo, y se toman nerviosos el café. También están los negativos, que "comentan sus malos ratos de la pega. Yo los reto, si ahora están acá, relájense, hablemos de otra cosa".

Cuenta que, en general, los hombres son súper caballeros y afectuosos, aunque igual no falta, de vez en cuando, el desubicado. "A veces me preguntan a qué hora salgo. Les digo que a las tres me viene a buscar mi pololo, y hasta ahí llega el tema. Muy pocas veces me tengo que poner pesada", asegura.

Por Francisco Bañados P.
Publicado en el Cuerpo de Reportajes de El Mercurio.
Domingo 29 de septiembre de 2002.

Furia en dos ruedas



Bocinazos, contaminación, tacos, miles de conductores que regresan a sus casas después del trabajo... un martes como cualquier otro en la Alameda. Pero esta vez hay algo distinto, fuera de lugar. Cerca de 500 personas se toman la principal avenida de Santiago, pedaleando arriba de sus bicicletas de todos los tamaños y colores. Son los "Furiosos Ciclistas", un movimiento abierto nacido en 1995 que tiene como principal objetivo fomentar el uso del velocípedo como medio de transporte urbano.

Sólo hay una forma de entenderlos: subirse a una "cleta" y pedalear junto a ellos entre micros y automóviles, obligando a las máquinas a ceder, durante 30 minutos, la soberanía absoluta de las pistas. El primer martes de cada mes, grupos de "Furiosos" provenientes de distintos puntos de la capital convergen en la plaza Italia, a eso de las 8 de la noche. Allí se reúnen las delegaciones que vienen pedaleando desde sectores tan alejados como Gran Avenida, La Florida, Ñuñoa, Plaza Brasil o Escuela Militar.

Minutos más tarde se inicia el recorrido masivo por la Alameda. Los ciclistas se toman en forma ordenada dos pistas de la arteria. El frente, los flancos y la retaguardia son cubiertos por "Furiosos" organizadores, que velan porque la masa no se desbande. Además, en la cola pedalean los encargados de primeros auxilios, quienes están prestos a actuar, en caso de accidente.

La delegación es escoltada por un par de carabineros en moto - que supervisan que esta singular protesta se mantenga dentro de los cauces "normales"- y por los infaltables canes callejeros que, no menos entusiastas que los pedaleros, los acompañarán con la lengua afuera durante gran parte del trayecto.

Desde arriba de la bicicleta, la ciudad se ve diferente. El temor a que en algún momento aparezca un "furioso" automovilista que barra con la competencia se supera a las dos cuadras. Después, comienza el placer: los tacos dejan de importar, el ruido ya no molesta, el estrés desaparece.

La masa es heterogénea: en ella se confunden ancianos, adultos, jóvenes y niños; ciclistas vestidos ad hoc y ejecutivos de traje y corbata; acomodadores de autos, médicos, profesores, estudiantes... "muestras representativas de toda la sociedad", se jactan los "Furiosos". Y es que durante el recorrido todos son iguales, en medio de una especie de catarsis colectiva donde se confunden en el vértigo de la velocidad, consignas a favor del uso de la bicicleta y alaridos al mejor estilo cherokee.

Antes de llegar a La Moneda y aprovechando un semáforo en rojo, los pedaleros desmontan y alzan las bicicletas por sobre sus cabezas, gritando cual hueste de guerreros escoceses. En sus ojos reluce el sueño de un Santiago posible: un Santiago en bicicleta.

El grupo sube por Bandera en dirección a la Plaza de Armas y allí, frente a la Municipalidad y sin incidentes que lamentar, finaliza el recorrido. Los clanes vuelven a ordenarse por sector e inician el retorno a sus comunas. La misión se da por cumplida: los "Furiosos" se tomaron el poder.

Confesiones de una furiosa

El Movimiento Furiosos Ciclistas nació en Santiago en 1995. No tiene jerarquías, funciona en forma horizontal y tiene como primera y única máxima "existir disuelto". Por ende, dicen, "la militancia activa y consecuente se logra pedaleando". Entre otros aspectos, buscan incentivar y masificar el uso frecuente de la bicicleta, ser reconocidos legal y culturalmente como usuarios legítimos de las vías, crear un entorno seguro y reducir la tasa de accidentes.

Andrea Orozco, relacionadora pública de la Bolsa Electrónica de Chile, se hizo "Furiosa" en 2001 y de ahí en adelante no se bajó más de su bicicleta. A diario pedalea hasta su trabajo, a sus clases de flamenco e incluso "carretea" sobre ruedas. Antes de entrar a los "Furiosos", Andrea pedaleaba sólo en forma recreativa y no se atrevía a usar las calles. Pero una frase del movimiento la ayudó a dar el gran paso: "Los automovilistas no andan persiguiendo ciclistas para atropellarlos".

Confiesa que, aunque tuvo malas experiencias en automóvil, su principal motivación para vivir su vida en dos ruedas es el mero placer de pedalear. "Desde tu 'cleta' ves la ciudad de otra perspectiva. Antes lo único que quería era irme de Santiago, me parecía invivible. Pero ahora lo encuentro mucho más amigable; la bicicleta me permite disfrutar rincones de la ciudad que en auto jamás podría apreciar. Me da pena ver a los conductores estresados o a la gente apiñada en las micros... Muchos asocian a la bicicleta con la falta de recursos para comprar un auto, pero la cosa no es así. En realidad, no saben lo que se pierden", explica.

Por Francisco Bañados P.
Publicado en Cuerpo de Reportajes de El Mercurio.
Domingo 12 de octubre de 2003.

3/8/10

Borges atrapado en el espejo

Lo que comenzó como una investigación y una tesina sobre mi escritor favorito en un curso de Literatura en la Universidad de Chile dirigido por el nonagenario profesor Paulus Stelinguis, mutó para convertirse –diríamos que por el orden natural de las cosas- en uno de los artículos que me han producido mayor satisfacción. Se trata de un ensayo sobre una peligrosa obsesión que llevó al gran Jorge Luis Borges a proyectarse al infinito en un juego de espejos y de falsas igualdades, de la que no pudo librarse ni aún después de su muerte.

Este artículo fue publicado en el cuerpo de reportajes de diario EL SUR el domingo 15 de enero de 2006, gracias a la visión y la confianza de mi querido amigo y por aquel entonces editor, Rafael López Faúndez.


Por Francisco Bañados Placencia

Cuando niño, Jorge Luis Borges tenía en su dormitorio un gran armario con un espejo, en el que se reflejaba su imagen desde la cama. Pocas cosas le resultaban más aterradoras al pequeño Jorge Luis que quedarse solo a la hora de dormir, enfrentado a su propio reflejo. Una amenaza latente que no se desvanecía del todo con la oscuridad y que continuaba acechándolo, escrutándolo en sus sueños. “Yo, de niño, temía que el espejo me mostrara otra cara o una ciega máscara impersonal que ocultaría algo sin duda atroz (...). Yo temo ahora que el espejo encierre el verdadero rostro de mi alma, lastimada de sombras y de culpas, el que Dios ve y acaso ven los otros”, revela el propio Borges en su poema “El Espejo”.

A juicio de la doctora en Letras Carmen Perilli, esta obsesión personal que arrastra desde la niñez evoluciona hasta convertirse en una metáfora interior del poeta, extendiendo su significado al ser humano, su génesis y su destino. “Los espejos se asocian a la noción de multiplicación de los individuos y de los objetos. Así, si bien la duplicación implica un nacimiento de formas, también encarna la irrealidad de la repetición, que es la muerte”, explica.

¿Habrá sido frente a ese armario donde Borges comenzó a cuestionarse qué era más real, si él mismo o su propio reflejo? ¿Fue acaso ese el tiempo cuando empezó a hermanar realidad con ficción, a confundirlas y fusionarlas a través de la estética del relato? Tal vez fue esa misma proyección de repeticiones, desconfiables por naturaleza, la que lo llevó a priorizar desde su más temprana obra literaria al objeto de la acción por sobre el sujeto.

En su narración, la prevalencia de lo narrado supera incluso a los personajes que ejecutan la acción o que, mejor dicho, son movidos por la acción. No importa el individuo, importa la historia que puede ser vivida por muchos hombres o por todos los hombres. En el cuento “Tema del traidor y del héroe”, un traidor es asesinado y hecho pasar por héroe por los mismos que lo asesinaron, todo bajo su consentimiento. El autor deja en claro que es la historia lo que trasciende, aún cuando esta historia sea falsa. Aquí queda en evidencia otro leif motiv de su obra: el corolario hegeliano de que lo que le pasa a un solo hombre, le pasa a la humanidad entera. Pero con Borges no sabremos hasta el final si ese hombre es real, si es un espejismo, o si es dueño de una identidad distinta a la que se le atribuyó al principio.

Personajes intercambiables

Así como Borges juega con la ficción y la realidad sometiendo al lector a una suerte de engaño, también somete a sus propios personajes a esta dinámica, en niveles más profundos de abstracción. En su visión nietzscheniana del eterno retorno, del tiempo circular, una misma historia la vivirán distintos hombres, o incluso todos los hombres. Así, resulta indiferente la identidad del personaje, por cuanto la identidad no es más que una mera ilusión. En “Los teólogos”, el ortodoxo Aureliano y el hereje Juan de Panonia resultan la misma persona ante los ojos de Dios; en “Historia del guerrero y la cautiva”, los siglos, el océano y los géneros no son suficientes para separar de su destino común a un bárbaro que se convierte a la civilización y a una niña inglesa que se transforma en salvaje: dos historias opuestas, pero idénticas.

Esta ilusión llega quizás a su punto más logrado en el cuento “El inmortal”, donde una vez alcanzada la inmortalidad, el legionario Marco Flaminio Rufo, el anticuario Joseph Cartaphilus y el mismísimo Homero se confunden en un solo personaje. Allí Borges reafirma su íntima convicción: lo que en definitiva perdura no son los hombres, sino las palabras: “Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. No es extraño que el tiempo haya confundido las que alguna vez me representaron con las que fueron símbolos de la suerte de quien me acompañó tantos siglos. Yo he sido Homero; en breve, seré Nadie, como Ulises; en breve, seré todos: estaré muerto”.

Pero el juego de Borges no se detiene en la repetición de un cierto número de historias idénticas en un universo finito. También abarca ilusiones de realidad, en que los personajes no tienen la certeza de su propia existencia. En él se distingue claramente la influencia del idealismo de Berkeley, que postula que el mundo no existe fuera de la mente de los que lo perciben: “El hombre y su mundo son a la vez lo más real y lo más irreal”.

La doctora en Literatura de la Universidad de Buenos Aires, Ana María Barrenechea, consigna cómo en “Las ruinas circulares” Borges dramatiza la empresa de crear un ser con la materia elusiva de los sueños, donde al final se revierte trágicamente sobre el soñador la fantasmagoría de lo soñado: “Luego comprendió que la muerte venía a coronar su vejez y a absolverlo de sus trabajos. Caminó contra los jirones de fuego. Estos no mordieron su carne, estos lo acariciaron y lo inundaron sin calor y sin combustión. Con alivio, con humillación, con terror, comprendió que él también era una apariencia, que otro estaba soñándolo”.

El hombre real puede crear a un ser imaginario. ¿Pero ese hombre real puede estar seguro de no ser también un ente imaginario? Los espejos de Borges empiezan así a enfrentarse, y a proyectarse hacia el infinito.

Borges al cubo

Durante el siglo XX se tendió a superar el antiguo paradigma literario que confundía al narrador del relato con el autor. Roland Barthes llegó a proclamar la “muerte del autor”, postulando que la escritura es “la destrucción” de toda voz, de todo origen: “Ese lugar neutro donde acaba por perderse toda identidad, comenzando por la propia identidad del cuerpo que escribe; la voz pierde su origen, el autor entra en su propia muerte: comienza la escritura”.

En la obra de Borges podría decirse que se da una suerte de cohabitación, donde conviven en relativa armonía el Borges-personaje, el Borges-hablante lírico y el Borges-autor (el inteligible, el más real, pero tal vez el más opaco). Una obra clave para entender esta derrota a la muerte barthesiana es “Borges y yo”: “Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas (…); de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico (…). Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndolo todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy)”.

En este relato, Borges distingue con meridiana claridad entre el Borges-narrador y el Borges real. El primero es el que escribe, el que se manifiesta a través del hablante lírico, dueño de ese estilo, esa cadencia y esa voz tan característica en el narrador argentino; pero también se presenta a través del Borges-personaje público, el que da las entrevistas, el de las conferencias. Se trata de un Borges real, pero también ficticio. Es el Borges-concepto, el Borges-imagen, el Borges-proyección platónica. El otro Borges también es real: el Borges de carne y hueso, el interior que sólo él conoce, el que los porteños divisan tomando té en un café de San Telmo, y el Borges que contempla con cierta indiferencia el éxito del otro.

Claro que tampoco podemos estar completamente seguros de que estos Borges sean reales. Sabemos que el lenguaje es una ficción que funciona como una herramienta limitada para expresar la realidad de modo figural, imaginativo y retórico. ¿Cómo probar entonces, a través de un ejercicio de ficción, las existencias propuestas en él? Aunque no exista respuesta para esta interrogante, “Borges y yo” resulta revelador, en el sentido de que el mismo autor deja planteada la duda: “No sé cual de los dos escribe esta página”.

La venganza del espejo

En el cuento “El otro”, se cruzan el Borges viejo de 1969 y el joven de 1918. Conversan, se analizan, debaten, se descreen, entablan una conversación inconducente, porfían en sus diferencias (“…comprendí que no podíamos entendernos. Éramos demasiado distintos y demasiado parecidos. No podíamos engañarnos, lo cual hace difícil el diálogo”).

Pero no son los únicos Borges que intervienen en el relato. También lo hace el Borges narrador, que cuenta la historia tres años más tarde desde la perspectiva de quién la quiere olvidar, y el Borges “supra-narrador” (o narrador-dios) que se ríe de los tres anteriores, haciendo que el billete que entrega el Borges-viejo al Borges-joven lleve la doblemente imposible fecha de 1974 (los dólares no llevan fecha de emisión y se supone que la historia transcurre en 1969 y se cuenta en 1972). ¿Habrá otro Borges por sobre éste? De seguro el Borges-autor. Y quizás por sobre éste se empine también el Borges casi desconocido que se menciona en “Borges y yo”, el de carne y hueso, que se protege detrás de la imagen del escritor.

Volvemos así al punto de partida en el que Borges se superpone a sí mismo hasta el infinito, en un juego de espejos y falsas igualdades. Ni siquiera el mismo Borges es inmune a su juego ambivalente de ficción-realidad, pues en cada inclusión va quedando atrapado por un relato que termina por superarlo, de la misma forma en que supera a sus personajes. Si no lo cree, ponga atención a esto: los espejos siguieron persiguiéndolo incluso después de su muerte, jugándole una última broma borgeana. El poema “Instantes”, conocido en todo el mundo gracias a un popular afiche en el que aparece el rostro de Borges serigrafiado, y en el que un anciano poeta relata los errores que no cometería si pudiera vivir de nuevo, ha sido por años equívocamente atribuido al escritor argentino. No deja de ser irónico que aquellas palabras por las que muchos lo reconocen, no hayan sido jamás escritas por Borges. Un reflejo perfecto de un destino prefigurado por él en “El Inmortal”: “Cuando se acerca el fin, ya no quedan imágenes del recuerdo; sólo quedan palabras. Palabras, palabras desplazadas y mutiladas, palabras de otros, fue la pobre limosna que le dejaron las horas y los siglos”.

2/8/10

El camión


Por Francisco Bañados P.

2 de septiembre de 1994, 7:40 de la mañana. Luego de un frugal desayuno frente al monumento a González Videla, caminó hasta tomar la intersección con la carretera y comenzó a hacer dedo en dirección norte. Le dio un poco de lástima partir tan rápido, pues La Serena le pareció una ciudad hermosa y sintió deseos de quedarse a conocerla. Pero si quería encontrar su destino, era preciso darse prisa. Caldera se encontraba a seis horas y media, y ante la remota posibilidad de que el día 3 ocurriese cualquier evento extraño, él debía jugársela el todo por el todo para estar ahí.

Pasaron las horas y comenzó a perder la esperanza de que alguien quisiera llevar a un mochilero tan fuera de estación. Tenía hambre, le dolían las piernas, el sol pegaba fuerte y el agua de su botella plástica se había recalentado. Ya se estaba resignando a pagar un pasaje en bus -y destabilizar así su precario presupuesto- cuando un enorme camión frigorífico se detuvo ante sus narices. Incrédulo aún, corrió hasta la puerta del container, y una mano amistosa lo ayudó a subir. Una vez adentro, quedó sorprendido al observar que cerca de diez personas viajaban allí, como si se tratara de toda la prole de Jonás en las entrañas de la ballena. Se pasó el rollo que el camión pertenecía al gobierno, y que se ocupaba de limpiar la Ruta 5 Norte de los molestos mochileros, que posteriormente eran conducidos a un campo de exterminio. "Que locura", pensó. A penas se había instalado cuando uno de los viajeros sacó de su mochila una botella plástica de Sprite. "Es agua ardiente. La hace mi vieja, en Chiguayante. Toma no más, que yo sepa, nadie se ha quedado ciego todavía". Era el "Bulla", un clásico ejemplar de "los de Abajo", con la camiseta de la U, y una pañoleta azul que le sujetaba el pelo. Junto a él habían dos chicas jugando con una baraja de Tarot. Un metro más allá estaba el "Cannabis", un tipo de barba y con cara de volado, con una guitarra sobre las piernas. A su lado descansaba, estirado cuan largo era, el "Puerto Montt", que estudiaba pedagogía en historia. Completaban la tripulación una pareja de novios que sin duda debían ser alemanes o austriacos, y tres decadentes boy scouts treintones que parecían fuera de contexto.

_¿Adónde vas tú, flaquito?, le preguntó el Cannabis.
_ Voy a Caldera.
_ Ahh... Todos vamos para allá. Mañana el mundo será diferente.

Una de las niñas del tarot lo saludó de un beso en la mejilla. Gabriel reconoció de inmediato esos ojos claros, que tan bonito juego hacían con su tez morena. Se le aceleró el corazón.

_Que buena onda que viniste.
_Yo te conozco... ¡Tú me entregaste la invitación en la fiesta de la Facultad!
_Claro que sí. Esperaba que vinieras, tengo muy buen ojo. Me llamo Maite.
_Yo soy Gabriel.
_Esa onda... como el arcángel.

Sin que nadie se lo pidiera, Cannabis acomodó su guitarra y comenzó a tocar un potpurrí de Victor Jara. Para amenizar, Nahí, la otra chica del Tarot, metió la mano a su mochila y sacó un voluminoso verde. Enseguida comenzó el ancestral ritual de la pipa de la paz. Después de un par de rondas de aspiración y expiración, el Bulla vertió un poco de agua ardiente en un concho de Coca Cola que le quedaba al Puerto Montt. “Para la sed”, explicó.

Más relajado, Gabriel se atrevió a hacer la pregunta del millón.

_Maite, ¿qué va a pasar en Caldera?
_Loco, todos estamos aquí por lo mismo. Mañana va a haber un cambio dimensional. Está escrito en las piedras de nuestra antigua América, desde el principio de los tiempos. Así se lee en una inscripción en la nave principal de Pacal Votan, descifrada recién el año 69. Tras diez mil años de obscuridad en el planeta, comienza la nueva era, la Era de Itzá. Nuestros hermanos de luz nos van a mostrar el camino.
_¿¿WHAT??
_ No trates de entenderlo todo de una. Hay muchas cosas que no sabes y que es mejor que no te sean reveladas aún. Esta noche lo vas a entender todo.

Le empezó a molestar tanta palabrería absurda, pero lo distrajo uno de los scouts sentados más allá, que parecía desesperado por ir al baño. Puerto Montt se le acercó, y como diciéndole con la mirada “scout incompetente”, abrió una caja vacía de vino tinto, que llenó de tibia orina nacional de 40 grado-alcohólicos. El scout, impaciente, tomó la caja y terminó de llenarla. Y ahí quedó la caja Tocornal del futuro profesor de historia, apoyada en el rincón más alejado del camión. Gabriel rogó que el chofer no frenara de golpe.

Después del "Cigarrito" de Víctor Jara, Cannabis siguió con material calado: “Los Momentos” de Eduardo Gatti.

“Nos hablaron una vez cuando niños,
cuando la vida se muestra entera,
que el futuro, que cuando grandes,
ahí murieron ya los momentos,
sembraron así su semilla
y tuvimos miedo, temblamos,
y en esto se nos fue la vida”.

De inmediato Gabriel recordó sus paseos en la playa con sus compañeros de curso, un clásico grupo de adolescentes de colegio particular. Con esta canción, sumada a algunas piscolas, las chicas entraban en una especie de trance idealista. Los hombres con más olfato y que se mantenían suficientemente sobrios, entre los que normalmente se contaba, aprovechaban de mostrarse maduros y con profundas inquietudes sociales. Una combinación difícil de resistir en ese contexto de melancólico trance playero. "Tanto tiempo, tantos kilómetros, tanta gente en el camino, pero la misma mierda de canción de fogata", pensó. "¿Así pretenden cambiar de plano espiritual mañana? ¡Cero evolución!", se dijo. No tenía nada en contra del pobre Gatti, pero esos 3 ó 4 acordes habían perdido toda capacidad de conectarlo con espiritualidad alguna. Sin embargo, en términos generales, la canción seguía teniendo algún efecto en la audiencia: Maite apoyó su cabeza en su hombro. Eso era un buen indicio. Le dieron ganas de llegar rápido a Caldera y de que pasara lo que tenía que pasar. Luego lo pensó mejor, y deseó no llegar nunca a su destino; le hubiese gustado permanecer siempre así, con una extraña dormitando en su hombro, rodeado de personajes, en medio de una estrafalaria aventura, camino hacia un incierto desenlace. Recordó el tema "Still of The Night" de Whitesnake, "Esperando la noche". Pensó en esta canción como su himno de batalla. Esos riffs eléctricos eran verdaderas bocanadas de poder que lo cargaban de energía, usualmente mientras se vestía, antes de partir a una cita, a una fiesta o a un carrete, en que estuviera trabajando en una conquista, o que por lo menos existiera la posibilidad de concretar algo con una chica que le gustara.

"In the Still of the Night
I hear the wolf howl, honey
Sniffing arrond your door
In the Still of the Night
I feel my heart beating heavy
Telling me I gotta have more"

Cayó en cuenta que el momento en que ponía ese tema y le subía el volumen a la radio, era el instante más feliz del día, pues condensaba todas las esperanzas, diluía todos los miedos, desvanecía los fantasmas. En definitiva constituía un alarido tribal, un grito a la noche, un aullido potente símbolo de la bestia que se esconde dentro de todo hombre, incluso del nerd más enquilosado en la era de la información. Sólo había que saber despertar ese fuego. Gabriel se apoyaba bastante en su chaqueta de cuero negro, que le daba el elemento "agressor" y le ayudaba a construir el personaje que quería proyectar: un tipo arrojado y transgresor, impermeable a la opinión del resto.

En la noche las cosas no siempre resultaban como esperaba. Muchas veces sus conquistas terminaban en el más sonado fracaso. Pero previo a eso existía ese momento de éxtasis, de tensión y de desafiante espera, en nada distinto al del cazador primitivo, danzando frente a la hoguera, preparándose para la caza. Sumido en estas reflexiones, abrazó suavemente a Maite y cerró los ojos.