5/8/10

Un café para el alcalde




Todas las mañanas, religiosamente, don Jorge se arranca del trabajo para tomar un café en el Ikabarú. Pide un cortado y se relaja conversando con su mesera favorita. Desde el otro lado de la barra, María Flores Vallejos lo saluda de un beso en la mejilla. Como de costumbre, su ajustado uniforme no le impide atender sus clientes con gracia, servirles su café o secarles los platos chorreados con un paño...

- Cómo está usted, don Jorge.
- Más o menos. Supe que me estaba poniendo el gorro con el alcalde...

María se ríe a carcajadas, aunque ya le han hecho decenas de bromas como ésta. "No todos los días la ven a una por la tele atendiendo al alcalde", justifica. En efecto, el miércoles le tocó servir al edil Joaquín Lavín, mientras firmaba un acuerdo con los propietarios de "cafés con piernas" para regular la actividad.

Ahora todos la reconocen y en la universidad algunos ya no la saludan. La mayoría de sus amigos y compañeros no se hacen drama, e incluso pasan a verla de vez en cuando al local. "Hay profes que me han tirado tallas, pero en buena", afirma. Lo único que le preocupa un poco es que la discriminen al momento de postular a una práctica profesional. "Igual - explica- acá los clientes siempre me la ofrecen, medio en serio, medio en broma. Yo les digo 'OK, pero no esperen que les vaya a servir café"'.

María y el edil

"No he votado nunca por Lavín, pero cuando supe que venía, le aposté a una compañera que yo iba a atenderlo. No sé por qué lo dije, si a mí no me correspondía. Soy la que atiende más lejos de la entrada, y no se suponía que se ubicara en mi sector. Pero cuando llegó el alcalde, con un montón de camarógrafos a la cola, la Ximena entró en pánico. Sus papás no saben que trabaja en un café, así que corrió a esconderse. Y tuve que cubrirla. Estaba muy incómoda, con la tele y los fotógrafos encima. Me temblaba montones la taza cuando fui a servírsela...

- ¿Quiere el café con azúcar o sacarina?- le pregunté.
- Con sacarina, por favor.

Me puse toda nerviosa. Siempre tengo problemas con el frasco de las sacarinas. A veces no sale ni una, y otras salen todas de un viaje. Por suerte, esta vez no pasó nada. Le sudaba la frente y la barbilla, yo no sé si por las cámaras o porque se puso nervioso conmigo. Y le pasó lo que a todos los clientes nuevos: no sabía para dónde mirar. Trataba de no mirarme mucho, pero eso no era fácil, porque me quedé parada frente a él. Creo que eso lo descolocó un poco.

Me hizo algunas preguntas sobre el trabajo. Cuál era mi horario, si me vestía así todos los días... Trataba de sonreírme, pero como que le costaba. Le echó unas miradas al documento, se tomó la mitad del café y se paró.

- ¿Va a volver por acá?- le pregunté.
- Sí - me dijo- . Pero la próxima vez me voy a atender con la otra niña.

Yo no supe por qué me dijo eso. A lo mejor le gustó más... No, probablemente fue porque me encontró muy conversadora... Vaya a saber una. Hay otras niñas que sirven y se van. Pero yo soy así con todos mis clientes, es mi forma de ser. Y se fue tan de repente como llegó. Detrasito salieron los periodistas. Yo seguía medio nerviosa, pero todo había salido bien. Él había sido un cliente más, excepto por una cosa: no me dejó propina."

Del café a la universidad

María Flores Vallejos (22) trabaja desde hace dos años en el "Ikabarú" de Huérfanos con Mac Iver. Egresó como contadora del liceo Técnico Insuco, y trabajó un tiempo de promotora. No le iba muy bien, hasta que un día una amiga le recomendó que fuera a probarse al café con piernas. "Al principio, me moría de vergüenza y me andaba tapando. Pero después me relajé", explica.

Para ella es sólo un trabajo, y se esfuerza por hacerlo bien. Saluda a sus clientes por su nombre y con un beso en la mejilla. Con lo que gana, costea su carrera de Prevención de Riesgos en la Universidad Tecnológica Metropolitana."No te voy a decir cuánto me pagan, pero es buena plata. Incluso me alcanza para darle a mi mamá", confiesa.

El horario le acomoda. Se levanta todos los días a las seis de la mañana (vive en Maipú, y tiene que ahorrarse el taco) para llegar a las 7.30 al local. Trabaja hasta las 3 de la tarde, y ahí se va para la casa y estudia un rato, antes de partir a clases.

La ha ido bien, va al día y sólo reprobó cálculo, porque para el examen se quedó dormida. Le complica que le pregunten a qué se dedica, más que nada por el mal concepto que tiene la gente de los cafés con piernas. "No tengo mayor drama con eso. Nos toca usar estas minis, o shortcitos, pero nunca nos han pedido usar transparencias, tangas o cosas así. No lo haríamos tampoco", asegura. Dice que hay otros locales en que "las niñas son tan feítas que su única arma para pescar gente es sacándose la ropa".

María distingue varios tipos de clientes. Los tímidos, los que vienen por primera vez, miran al suelo, y se toman nerviosos el café. También están los negativos, que "comentan sus malos ratos de la pega. Yo los reto, si ahora están acá, relájense, hablemos de otra cosa".

Cuenta que, en general, los hombres son súper caballeros y afectuosos, aunque igual no falta, de vez en cuando, el desubicado. "A veces me preguntan a qué hora salgo. Les digo que a las tres me viene a buscar mi pololo, y hasta ahí llega el tema. Muy pocas veces me tengo que poner pesada", asegura.

Por Francisco Bañados P.
Publicado en el Cuerpo de Reportajes de El Mercurio.
Domingo 29 de septiembre de 2002.

No hay comentarios:

Publicar un comentario